Publicado: 24 de Marzo de 2017

Durante mucho tiempo me hice esta misma pregunta, durante muchísimos días dejé pasar los problemas, no di importancia a los sentimientos que me generaban cada una de las vivencias que he experimentado a lo largo de mi vida.

Hubo días en los que recurría a amigas/os o a la familia, pero hubo muchísimos más en los que silenciaba el dolor y “me hacía la fuerte”. Hasta que llegó el momento en que sentí que estaba volcando todas mis fuerzas en que los demás estuvieran bien y ¿de mí quién se preocupaba si no lo hacía yo? 

Decidí separarme un poco de los problemas de los de mí alrededor con el objetivo de mirar dentro de mí misma y ver qué me estaba ocurriendo, pero esto también me traía problemas, no sentía equilibrio. De pronto, comencé un curso en el que se hacía terapia individual y grupal a la vez, duró poco, pero me ayudó a comenzar a entender cuáles eran mis necesidades: cuidar de mi misma, pues si no ¿cómo iba a cuidar realmente de los demás?

Fue definitivamente un máster el que me ayudó a abrir los ojos, comencé mi crecimiento personal, he aprendido a gestionar las emociones, a buscar y hacer uso de todos aquellos recursos de los que dispongo y, sobre todo, a expresar mis emociones de una forma sana y natural.

Yo también he asistido a terapia y asistiré cuanto tiempo sea necesario, pues para mí la terapia es el abrigo del invierno, el abrazo en la soledad y la pesa que me mantiene en equilibrio cuando el mundo o el tiempo está revolucionado. Para mí, la terapia, es un acompañamiento respetuoso y necesario en cualquier momento de la vida.

¿Para sacar provecho de la terapia se necesita tener algún problema? No, al contrario, manteniendo un proceso terapéutico continuo aprendes a solventar de una forma más sana los “leves” problemas del día a día, que sin trabajarlos pueden acumularse creando montañas de difícil acceso, logramos el equilibrio emocional.