Publicado: 25 de Abril de 2017

Como bien dijo Mario Benedetti, “Nos enseñaron desde niños cómo se forma un cuerpo, sus órganos, sus huesos, sus funciones, sus sitios, pero nunca supimos de qué estaba hecha el alma”.

Si realmente fuéramos conscientes de aquello que representan nuestras emociones a lo largo de nuestras vidas, nos preocuparíamos más en formarnos en cómo manejarlas, gestionarlas o expresarlas…. para así enseñar a los más pequeños, pero parece que hay miedo (tal vez inculcado por la sociedad) a mostrarlas.

El desarrollo emocional está de alguna forma vinculado con el proceso intelectual del niño.  Si el desarrollo emocional es bueno, aumenta la MOTIVACIÓN para aprender y experimentar. En consecuencia, los/as niños/as serán capaces de empatizar, simpatizar, identificarse y tener lazos afectivos e intercambios sociales y afectivos más satisfactorios, que afirman su individualidad y generan mejor AUTOESTIMA. 

La escuela y la familia - como núcleos de conexiones sociales -, deberían tener siempre presentes las necesidades emocionales propias de niños y jóvenes. Los padres tienen un papel fundamental porque les enseñan a conocerse a sí mismos, a controlar sus impulsos, y a considerar a los demás, generando solidaridad, cooperación y respeto. 

 Para PsiquEmoción, el desarrollo afectivo implica motivar a niños/as y jóvenes para que expresen sus sentimientos, evitando la manipulación negativa por sus pares. Además, la educación emocional impulsa a la responsabilidad, la libertad, la creatividad, solidaridad y convivencia. Por ello creemos que es necesario un buen desarrollo emocional, desde edades muy tempranas, pues esto llevará a un BIENESTAR PLENO del niño/a, algo que pensamos que es objetivo que compartimos tanto con los padres, como con los educadores.